En esta
nueva entrada pretendo mostrar el famoso “Mito de la caverna”, del
filósofo heleno Platón, adaptándolo a nuestros días. Dicho relato es un ejemplo
claro del mundo interior y los claroscuros que presenta cada ser humano,
siempre atendiendo a las referencias que nos dejó el ojito derecho de Sócrates.
Desde luego, con genialidades como esta metáfora, no es de extrañar que Alfred
Withehead argumentara la máxima: “Toda la filosofía occidental es una serie de
notas a pie de página de la filosofía platónica”. Pues, sin más dilación,
procedamos a “actualizar” el mito de la caverna:
“En el fondo
de una caverna, se encuentran unos individuos, que encadenados a su desidia
intelectual y crítica, tienen impedido casi cualquier tipo de movimiento,
salvo ligeros cabeceos y respingos aislados. Se encuentran visionando un
aparato moderno de transmisión de desinformación
que les proyecta sombras de ideas y les distraen del difícil hecho de
discurrir y analizar. Este aparato proyecta las mismas sombras (Aunque a veces
se cuela un haz de luz y un breve colorido en alguna de ellas, con la
desaprobación unánime de todos los prisioneros) en todas las cavernas, por lo
que los creadores de sombras ya no se encuentran en la estancia contigua, sino
que emiten desde un lejano lugar probablemente más iluminado que el fondo de
cada caverna, lo que les permite ahorrar en fuego, ya que ya no hace falta que
haya un fuego en cada caverna, sino que dicho fuego es sólo uno y se transmite
a todas las cavernas. Para estos prisioneros, todo lo que sale de la pantalla
es verdad indiscutible, indeformable e inalienable, por lo que todo lo que no
muestra la pantalla no entra dentro de sus parámetros de análisis” (Mundo
sensible)
“En un
determinado momento, y provocado por un haz de luz que había traspasado a la
sombría escena que mostraba la pantalla, un prisionero empieza a retorcerse, e
intentando acomodarse a una mejor postura, consigue desengancharse de
casualidad de sus cadenas. Conmocionado por la experiencia de poder moverse con
soltura, el prisionero avanza a duras penas hacia la siguiente estancia, donde
descubre a unos aletargados individuos que no hace mucho compartían con él la
misma habitación frente al aparato que mostraba sombras. Al final de la
instancia, se vislumbra la salida de la caverna, situada tras una escarpada
subida. Ante la jocosidad de sus compañeros en la nueva estancia, que se
sienten superiores al resto de lo que conocen por el mero hecho de poder
moverse, el prisionero intenta una y otra vez subir la pronunciada cuesta,
mientras las risas de los presentes en la sala, que ven inútil el esfuerzo, van
en aumento. Tras muchos penosos intentos por superar la pendiente debido al
agarrotamiento del cuerpo del prisionero, éste consigue salir al exterior”
(Mundo inteligible)
“Ya en el
exterior, el prisionero se ve cegado por la luz del sol, acostumbrado a una
vida en la penumbra. Poco a poco, éste va tomando conciencia del lugar donde se
encuentra, de sus características y su contexto. Cuando el prisionero alcanza
una idea suficiente de la situación en la que se encuentra, descubre unas pocas
personas que, como él, habían conseguido salir de la caverna. Con ellas
comparte muchas inquietudes y pensamientos, pasando fugazmente gran cantidad de
meses. Durante uno de los coloquios diarios, el prisionero propone transmitir
estos pensamientos a aquellos que aún se encuentran en la caverna, lo que
genera el rechazo inmediato de quienes comparten con él el conocimiento del
lugar. Solo y apesadumbrado, el prisionero recorre numerosos lugares para
recabar la máxima información posible para transmitir a los habitantes de la
caverna, encontrándose con varios grupos de pensadores a las entradas de
distintas cavernas, quienes también le rechazan por sus extrañas ideas.”
“Tras
considerar el prisionero que ya posee suficiente información para transmitir,
éste regresa a su caverna, y se encamina hacia el fondo de la misma, para hacer
entrar en razón a sus antiguos compañeros. La falta de luz en la estancia hace
que sus argumentos no puedan ser demostrados, y las pruebas físicas que el
prisionero había traído del exterior tampoco, por lo que los prisioneros le
ignoran y le toman por loco. Mientras, en la sala contigua, los abotargados
moradores que habían conseguido liberarse, pero no escalar la escarpada subida,
y alertados por la posibilidad de que su sala iluminada se abarrote, entran en
la sala de los encadenados y acaban con el prisionero, entre los vítores de los
habitantes del más profundo fondo de la caverna. Y todo vuelve a la normalidad.”
Tras este
breve, pero espero que jugoso e ilustrativo relato, aparezco con una nueva
frase célebre:
“En semejante mundo en el que todo se cuenta, el arma
más fácilmente accesible y a la vez más mortal es la divulgación.”
(Milan Kundera, escritor checo, presentando una
exclusiva sobre el nuevo peinado de Sara Carbonero)