Sartre, al igual que la mayoría de filósofos, perdió a su
padre muy pronto, concretamente cuando tenía un año, cuando esto sucedió se fue
con su madre y vivieron con sus abuelos, de ahí su frase de que hasta los diez
años permaneció solo entre un viejo y dos mujeres.
Su abuelo no era un sustituto de su padre, pero tuvo
mucha influencia en la educación de Sartre, y tal vez gracias a su abuelo
Sartre fue como fue. El estudio de su abuelo estaba lleno de libros. Sartre no
tardó en aprender el alfabeto, y cogió un libro de relatos que se sabía de
memoria porque su madre se los contaba, intentó leerlo y cuando llegó a la
última página había aprendido a leer. Para él los libros eran sus pájaros, sus
nidos, sus animales domésticos, su establo y su campo. ‘’La biblioteca era el
mundo en un espejo’’, la densidad y diversidad del mundo eran ahora suyas,
podía emprender increíbles aventuras, ¡podía leer!
Su abuelo le enseñó los nombres de los autores ilustres,
y él se recitaba a sí mismo la lista, desde Hesíodo a Hugo. Sartre amaba los
libros, los cogía en brazos, ‘’los llevaba conmigo, los ponía en el suelo, los
abría, los cerraba, los extraía de la nada y los enviaba de nuevo a ella’’. Los
mayores decían que estaba devorando la enciclopedia. Se deleitaba con los
resúmenes de obras de teatro y novelas que había descubierto en el Larousse. Su
madre se quejaba de que el abuelo le estaba llevando demasiado lejos y que podía
hacer que se echara a perder, así que le dieron literatura más de niños. Pero Sartre
no tardó en empezar a escribir aventuras cuyo héroe era él mismo. Vivió
apartado de la verdadera infancia y vivió de libros y de imaginación.
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