Esta es una colaboración de
Alejandro Gamero, el propietario de la web La Piedra de Sísifo, de la cual soy
súper seguidora y por supuesto recomiendo.
En sus Investigaciones Filosóficas Ludwig Wittgenstein pone el
siguiente ejemplo. Imagina que al nacer te dan una caja con un escarabajo
dentro. Se trata de un objeto muy valioso y extremadamente personal, tanto, que
nadie puede ver el interior de la caja salvo uno mismo. De este modo, no existe
una forma objetiva de confirmar que todas las cajas contengan lo mismo. En el
mejor de los casos podrían contener un escarabajo de verdad, pero nada garantiza
al cien por cien que en lugar del escarabajo no haya otros insectos, como una
hormiga o una araña, o que incluso no haya nada, eso sí, sea lo que sea,
siempre se considerará bajo el término de «escarabajo».
Supongamos que la descripción del «escarabajo» se establece teniendo en
cuenta solo el que guardamos en nuestra caja, ya que no podemos ver el resto.
De ser así, la definición de lo que es un escarabajo cambiaría continuamente,
dependiendo de cada persona. Es más, cuando uso la palabra «escarabajo», ¿a
cuál de ellos me estoy refiriendo? Sin duda al mío, pero no hay forma posible
de saber si al del resto. Es por eso que, según Wittgenstein, para la
construcción de la palabra y del concepto «escarabajo» lo que hay dentro de
cada caja particular es irrelevante. La palabra bien podría acabar
significando, sin más, «esa cosa que está en la caja de cada persona».
Tal vez el ejemplo con escarabajos pueda resultar un poco extraño, pero
Wittgenstein lo aplica en primer lugar al concepto de «dolor». Por tanto, si
continuamos con el símil, la palabra «dolor» no se puede relacionar con nuestra
propia experiencia y sensación personal de dolor, sino que solo tiene sentido
como acuerdo colectivo del hecho del dolor. No podría ser de otro modo, ya que
no podemos saber exactamente lo que otras personas están experimentando o
sintiendo.
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