Caliclés no era el único que odiaba a Sócrates, muchos ciudadanos de Atenas se sentían incómodos con el porque pensaban que hacía dudar de las cosas que siempre se habían creído. La manía de Sócrates de hacer preguntas difíciles de contestar y de discutirlo todo les parecía una falta de respeto. Cuando Sócrates tenía 70 años, tres atenienses le denunciaron a las autoridades y se abrió un juicio contra él. Le acusaban de impiedad con los dioses de la ciudad (contra los que Sócrates, por cierto, nunca había dicho nada), de corromper a los jóvenes y de querer introducir a un dios nuevo en Atenas. Esto último tiene gracia, porque ese supuesto ‘’dios’’ era una especie de broma de Sócrates, que tenía un gran sentido del humor: él hablaba de que le acompañaba un daimon, una especie de diablillo que le aconsejaba antes de tomar una decisión. Pero ese diablejo nunca le decía lo que debía hacer sino sólo lo que no debía hacer.
Pero ahí estaba Sócrates ante el tribunal de Atenas. Sócrates pronunció un discurso diciendo que no quería librarse de la condena, no estaba arrepentido de nada. Se resume en esta frase de si discurso ‘’Una vida que no reflexiona ni se examina a sí misma no merece la pena vivirse’’. La principal tarea de la vida era preguntarse como vivir y qué hacer con nuestra vida. Finalmente lo declararon culpable y le condenaron a muerte por medio de un potente veneno, la cicuta. Sus últimas palabras, cuando ya la cicuta le hacía su letal efecto fueron: ‘’Acordaos que le debemos un gallo a Esculapio’’ Esculapio era el dios de la medicina y cuando alguien salía de una enfermedad le entregaba un gallo, con esto quiso decir que la vida, es una grave enfermedad y el ya iba a salir…
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