El día en que el filósofo alemán falleció, su asistenta fue como cada mañana a su habitación y lo descubrió reclinado en un sillón mostrando una leve sonrisa en su cara. Parece que con esa sutil mueca, el filósofo que defendió que ‘’la felicidad es solamente la ausencia de dolor’’ o que ‘’la vida es un mal negocio’’ quería dar a entender que en el fondo había sido una persona feliz.
Precisamente en la última etapa de su vida fue cuando recibió sus mayores alegrías, consiguiendo por fin la fama gracias al reconocimiento de su obra Parega y Paraliómena. Aunque, al margen de sus triunfos profesionales, la vida personal de Arthur fue una sucesión de desgracias.
La relación con sus padres contribuyó desde pequeño a acrecentar su característico pesimismo y amargura. Además, su padre se suicidó cuando el filósofo tenía 17 años y no halló consuelo en su madre, pues nunca se entendieron (quizá por ello, la misoginia afloró en la personalidad de Schopenhauer). Más tarde, siendo profesor en la Universidad de Berlín, tuvo que asumir que los alumnos preferían las clases de su enemigo Hegel. Finalmente, se trasladó a Frankfurt; donde pasó los últimos 28 años de su vida teniendo como única compañía a su perro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario