Hoy tenemos la colaboración de Edgar Cabeza Cabeza.
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Esta
vez el comecocos de Principio Ultimo se ha detenido en Ludwig Wittgenstein.
Este Filósofo austriaco, del cual tenemos poca noticia privada, primero fue
graduado en ingeniería y más adelante estudia con Russell filosofía en
Cambridge. Él, sin lugar a dudas, era el inicio del nuevo rumbo que tomaría la
filosofía contemporánea.
Wittgenstein
solía hacer notas que luego utilizaría en su paradigmática publicación, a
saber, el Tractatus. Cuando estaba en
su lecho de muerte les pidió a sus más allegados discípulos que desaparecieran
esos manuscritos de lo cual no hicieron caso y manipularon a su antojo para
publicar tal cual lo hiciera Elizabeth Nietzsche con la obra de su amado
hermano Friedrich Nietzsche.
El
más amplio sustrato de esos manuscritos que no desaparecieron se encuentra
publicado en los Diarios Secretos de
Wittgenstein - que ya no son tan secretos - en donde podemos ver la perturbación y la
grandeza espiritual en la que estaba sumido Wittgenstein por los años de la
primera guerra mundial entre 1914 y 1916 cuando apenas llegaba a la edad de 25
años. La carne, el espíritu, la sensualidad, la ordinariez de los soldados, la
elegancia de los oficiales, las cartas de Russell y demás amigos muestran una
trama y unos sentimientos de un alma que está atravesando por un momento
existencial e intelectual que merece la pena leer.
Como
todos sabemos, el sentimiento existencial de Wittgenstein estuvo siempre muy
presente, pues que varios miembros de su familia se suicidaron. Esta cuestión y
este sentimiento lo vemos continuamente en los Diarios. Sentimiento apaciguado
solamente por la oración y la lectura de textos como por ejemplo Breve exposición del Evangelio de
Tolstoi que hizo que espiritualmente Wittgenstein se mantuviera vivo, en la
lucha de tanta decadencia que lo rodeaba.
De
esta manera podremos encontrar dos formas de leer los Diarios Secretos: 1) como quien lee el diario de una quinceañera;
con sus ires y venires, amores y desamores. Y 2) como quien lee la lucha de un
intelectual por mantener su ser a pesar de las circunstancias.
A
partir de ahora, vuelve a decir un número y el comecocos se detendrá, otra vez
para contar otra brevísima historia.
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