miércoles, 23 de noviembre de 2011

El niño y el Chimpancé

Winthrop Niles Kellogg, que no tiene nada que ver con los cereales, tuvo un "plan" en el año 1931 por el que paso a la historia.
Kellogg, que era psicólogo y nacido en Norteamérica, decidió adoptar un chimpancé de siete meses. Le adoptó y le bautizó con el nombre de Gua. Y adoptarle y bautizarle significaba que no sería una mascota más, sino parte de su familia. Y así fue. La "genial" idea del psicólogo era que fuera como un hijo. Un hijo más o menos de la misma edad de su hijo de verdad. Winthrop tenía por aquel entonces un hijo de diez meses, Donald, y quería comprobar con la compra del mono la evolución paralela de los dos seres. El chimpancé tenía por entonces 7 meses.

Niño y simio se convirtieron "obligatoriamente" en hermanos: el padre les trato igual, misma forma de vestir, misma forma de comer, misma forma de jugar y mismo afecto.
El resultado de la adopción fue que el chimpancé aprendió antes que el niño a utilizar la cuchara y a ir al baño. Cuatro meses después de empezar con el experimento el niño comenzó a imitar al mono. Comenzó a emitir una especie de sonidos (como si ladrara) cuando tenía hambre. Pero no solo eso, también lamía los restos de comida que encontraba en el suelo. Cinco meses más tarde, en lugar de saber como abrocharse los cordones de los zapatos, se los comía.
Con casi dos años de edad, cuando los niños ya comienzan a tener un "primer" vocabulario, Donald solo era capaz de pronunciar seis palabras a las que unía gruñidos, gritos y ladridos copiados del mono.
Al pensar que el niño estaba en pleno proceso de animalización, Kellogg detuvo el experimento. No sabemos qué hubiera pasado si el chimpancé hubiera acompañado al bebé desde su nacimiento, o si el proceso se hubiera alargado, lo cierto es que me parece impresionante la capacidad de imitación entre el pequeño y la cría.
Cuando un bebé crece junto a un perro o un gato, no se produce este “retraso” en el desarrollo porque son, somos, especies muy diferentes, y además no se crían igual. Pero si el bebé crece junto a un “hermanito peludo” que se parece tanto a nosotros es lógico que imite sus comportamientos.
Los “niños salvajes” no aprenden a hablar y a desarrollar conductas “humanas” porque carecen del entorno social entre sus semejantes, pero vemos cómo tan sólo la influencia de un animal puede animalizarnos en cierto modo, en una etapa tan sensible y tan receptiva del desarrollo del niño.
Los estudios de Winthrop N. Kellogg al criar a un chimpancé junto a su bebé quedaron reflejados en el libro “The ape and the child”. “The Mind of an Ape” de David Premack, recopila varios experimentos similares.

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