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sábado, 27 de febrero de 2016

Wittgenstein, ética y diagramas de flujo

Colaboración de Leonides

Muchos conocen el nombre de Wittgenstein, aunque no sepan bien a bien de quién se trata. “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”, es una de sus frases más características.
A pesar que este hombre pudo ser un emocionante caso de análisis psicológico –sospecho que tenía algún grado de asperger unido a una especie de odio hacia mismo, lo cual lo hacia una persona especialmente fastidiosa– era lo que comúnmente conocemos como un genio.
Su influencia ha llegado a neurólogos, filósofos, lingüistas, cineastas, novelistas, computologos, y uno que otro que distraído que lo haya leído por curiosidad.
Sus investigaciones dieron pauta al desarrollo de la filosofía de la mente, del análisis del lenguaje, la posibilidad de inteligencia artificial, lógica, etc.

Wittgenstein logró ver que en el fondo del pensamiento humano hay leyes que todos obedecemos, y que estas leyes las podemos descubrir analizando el lenguaje. El lenguaje, pensaba Wittgenstein, está reglamentado por ciertas pautas lógicas que, bien utilizadas, nos permiten dar cuenta de lo que realmente estamos pensando o diciendo. Este análisis puede ser llevado al punto de decir que los problemas filosóficos no son más que problemas de lenguaje. Enredos que la gente hace con éste al no utilizarlo de la manera correcta.

Al menos eso es lo que Wittgenstein pensaba en sus primeros años como filósofo, con el tiempo cambiará su postura, aunque lo del estudio del lenguaje seguirá allí, vivo y latente.
Ahora bien, las computadoras también están basadas en lenguajes. Lenguajes de programación para ser exactos. Están basadas en órdenes, órdenes que se inscriben en su programación –con ayuda de un lenguaje creado específicamente para esto– para que actúe de acuerdo a lo ordenado. De tal forma que existe un orden pre-establecido en la creación de la computadora, este orden se lo da el programador con ayuda del lenguaje de programación.

Supongamos que mandas a imprimir un archivo, la computadora “te preguntará” si estás seguro de querer mandar a imprimir el archivo y, de estarlo, oprimes aceptar. Y entonces, y sólo entonces, comienza la magia. La impresora comienza a hacer lo suyo.
Esto es lo que alcanzamos a ver, no obstante, detrás de ello –en la programación del aparato– existe todo un protocolo a seguir. Desde que oprimes el icono ‘imprimir’, comienza una serie de pasos dentro de la máquina: preguntarte si estás seguro de hacerlo, de ser así, si hay un dispositivo conectado que pueda hacer esa función (es decir, la impresora), si ésta tiene los elementos necesarios (tinta, papel, está encendida, etc…), analizar si es que no hay un archivo anterior al tuyo que tenga que ser impreso, etc… y todo esto lleva un orden.
Para esto se crean los diagramas de flujo.
Un diagrama de flujo, como su nombre lo dice, es un diagrama que te muestra como fluirá –o cómo debe fluir– la orden que le des a la computadora (y a toda máquina que sea lo suficientemente compleja para realizar varias operaciones simultáneas).
Un diagrama de flujo te sirve para poner en claro tus ideas de cómo funciona –o debe funcionar– lo que sea que estés creando o analizando. Es poner en orden tu cabecita y también para ver el orden que tienen los aparatos complejos.

Un profesor solía decirnos que si sabes hacer bien un diagrama de flujo, ya sabes programar.
Existen personas que se empeñan en ver al ser humano como una computadora, muy compleja pero computadora al fin y al cabo. En este sentido el ser humano funcionaría bajo ciertas órdenes que, muy probablemente, la naturaleza insertó allí. En alguna medida tienen razón. Usualmente, bajo condiciones normales, actuamos de manera lógica, racional. Al parecer movidos por esta programación interna que traemos de fábrica. Es decir, nadie en su sano juicio, toma cloro para quitarse la sed; tampoco se pone más ropa para quitarse el calor. O se encierra sólo sin armas ni un plan en una habitación con un tigre adentro.
Es decir, parecen haber pautas lógicas muy básicas que todos obedecemos y que, de algún modo, son las que nos insertan en la categoría de ‘humano’. En este sentido podríamos decir que alguien –o algo– hizo diagramas de flujo sobre cómo debíamos actuar en determinadas situaciones. Dicho de otra manera, en el fondo, sí que parecemos máquinas.

Wittgenstein tenía una mente privilegiada, pudo ser un gran científico, ingeniero, o cualquier cosa que tuviera que ver con un pensamiento claro, ordenado y riguroso. Pero optó por la filosofía. Y aunque supongo que pudo ver con claridad esta similitud entre el hombre y la máquina, nunca las confundió. Es más, mostró que una de las partes que nos hace humanos, y no simples máquinas es la ética.

Suponte que alguien inventa un robot asesino, un robocop malo, un número 17 o número 18, o algo así. A este robot no le importará si mata a un niño, una mujer embarazada, un narcotraficante o a otro asesino, no tendrá remordimientos ni se preguntará si lo que está haciendo está bien o mal, si se podría condenar al infierno o si la vida después se lo cobrará con creces. No.

Por otro lado, tampoco podremos desarrollar una máquina que resuelva problemas éticos. Es decir, podemos hacer máquinas que resuelvan operaciones desde dos dígitos hasta millones de ellos. Que realicen ecuaciones diferenciales de tercer grado. Que resuelvan problemas algorítmicos de complejidad enorme. Que hagan mil y un maravillas. Pero nunca podremos crear una máquina que resuelva problemas éticos.

Y es que “la ética no puede ser una ciencia. Lo que dice la ética no añade nada, en ningún sentido, a nuestro conocimiento”. Es más, las cuestiones éticas, según este genio, no pueden ser ni siquiera formuladas en un marco científico, esto no quiere decir que nos rindamos y cada quien haga con su vida un papalote. No. Lo que nos está diciendo es que la tendencia del espíritu humano a preguntarse sobre cuestiones éticas –qué es lo bueno, para y por qué hacer lo bueno, etc…– nos muestra las limitaciones de nuestro lenguaje para dar cuenta de ello.
Es más, aún y cuando “todas las posibles cuestiones científicas pudieran responderse, el problema de nuestra vida no habría sido más penetrado”. Por ello es que Wittgenstein sostendrá que la ética es de naturaleza mística, nada en el mundo la puede fundamentar.
Existe toda un argumentación de fondo, la cual se podría resumir diciendo que aquello de lo que podemos hablar con sentido pertenece a lo científico, pero allí no hay cabida para lo ético, lo estético ni para los valores, dado que estos últimos deberían pertenecer al mundo para poder hablar con sentido con ellos, pero no es así.

Lo que hay en el mundo son hechos: “La descripción de un asesinato con todos los detalles físicos y psicológicos, la mera descripción de estos hechos no encerrará nada que podamos denominar una proposición ética. El asesinato estará en el mismo nivel que cualquier otro acontecimiento como, por ejemplo, la caída de una piedra. Ciertamente, la lectura de esta descripción puede causarnos dolor o rabia o cualquier otra emoción; también podríamos leer acerca del dolor o rabia que este asesinato ha suscitado entre otra gente que tuvo conocimiento de él, pero serían simplemente hechos, hechos y hechos, y no ética”.

De lo ético no podemos decir nada, puesto que no pertenece al mundo, pero esto no quiere decir que la cuestión ética esté muerta y no exista nada más que hacer. Aún queda un camino por andar, puesto que de lo que no puede ser dicho aún puede ser mostrado. Es decir, son los actos, la vida misma donde la ética se señalará, se mostrará, se comunicará.

Así que si bien una buena parte del comportamiento humano podría ser dibujado en un diagrama de flujo (la parte que nos ha permitido sobrevivir como especie), existe otra parte que nunca podrá ser capturada por tal herramienta. Ningún diagrama de flujo podrá mostrarnos nunca cómo deben fluir las cuestiones éticas.


1 comentario:

  1. Me ha encantado la expresion ya que tiene un nivel lingüístico medio apto para desconocedores, y las comparaciones y conclusiones me parecen simplemente sublimes.

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