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martes, 28 de abril de 2015

Los selfies

Esta colaboración surge a raíz de un anterior post que leí en este blog sobre nuestras poses extrañas ante una cámara, títulado ''La estupidez humana y la fotografía'', brevemente hice un comentario en este artículo mostrando mi opinión sobre los “selfies”. Eva, interesada en mi aportación, me invitó a que escribiera un post acerca del tema. Antes de todo, debo decir que Eva y yo somos compañeras de clase y que me hace mucha ilusión poder compartir aquí mi opinión. 

Pocos quedan hoy en día que no sepan lo que es un selfie, aunque quizá hace más de tres años, al menos en los países donde no hablamos inglés, nadie usaba esa palabra, pero el selfie ya existía. La autofoto es mucho más fácil desde que los móviles incorporan cámara, y con el tiempo, el fenómeno ha ido creciendo de modo exponencial, pues estas cámaras han ido mejorando, también dada la demanda. 
La selfie más clásica es la foto hecha delante del espejo, en la cual yo veo una doble connotación: el espejo es lo que nos devuelve nuestra imagen en primera instancia, en él vemos nuestro reflejo, y luego es ese reflejo que lo que fotografiamos y lo que mostramos al mundo; por otro lado, la función que hace el espejo es ampliar la visión de campo, mostrar todo nuestro cuerpo en una misma foto. La función es de exhibición, con la que, a la vez, se espera la aprobación de los demás. No obstante, una foto siempre muestra lo que nos gusta y también que lo que odiamos, por ello se toma la foto desde distintos ángulos, según qué queramos mostrar y qué queramos esconder, pues no se muestra nada sin estar ocultándolo en parte, como en uno de los últimos posts comentó también Eva. 


Nuestra imagen pretende ser nuestra mejor publicidad, detrás de la cual se esconden nuestros complejos y miedos. Éste es uno de los motivos por el que entran en juego las poses. Todos tenemos una pose para las fotos, también dependiendo de la situación. No es casualidad que en las selfies las poses y caras se repitan, pues hasta eso se copia, abundan en las redes selfies con morritos o con la lengua fuera. Quizá no sea ésta nuestra mejor pose, pero es la que está de moda. Por si hubiera que arreglar o mejorar la foto, ya se han inventado los filtros, con los que se sale bien siempre en las fotos por cualquiera que sea la pose. Los filtros dan color a la foto y la maquillan, sin un filtro en nuestra selfie nos sentimos inseguros en las redes. 

Todo esto puede sonar absurdo pero sin que nos demos cuenta ha entrado a formar parte de nuestra vida, la imagen que damos al mundo lo es todo, y mucho más desde que se popularizó llamarlo selfie. El selfie es un concepto relativamente nuevo que se ha extendido rapidísimo, como todo hoy en día, y ahora todo el mundo se hace selfies (todo el mundo que tiene una cámara). Los selfies son ya un modo de contar al mundo a través de una foto de lo que haces y con quién, a todas horas. Se trata de una sobreexposición continua. Vayamos al gimnasio, a la cafetería o al médico, sacamos una selfie. También quién venga con nosotros saldrá en la selfie. Aquí ya entran las segundas personas. Si estamos con un amigo, nos hacemos un selfie con él para contar en las redes que hemos quedado. El problema llega cuando estamos más atentos a los likes y comentarios de nuestra selfie que a la conversación de nuestro amigo. Por si con dos o tres amigos no nos bastaba, quizá porque tenemos muchos amigos, o quizá porque queremos mejorar la perspectiva de la foto, lo último es el palo de selfie. Con el palo de selfie puedes meter a quince amigos en una misma foto, o simplemente poder sacar las preciosas vistas que tienes a tus espaldas. Lo que yo quería mencionar en aquel post era que parece que el palo de selfie se convierte en la regla y no en la excepción, y qué reflexión podemos extraer de tal fenómeno. Que se prohíban los palos de selfie en los museos nos dice que algo está pasando: Esto lo podemos consultar en este artículo. La primera pregunta que me surge es: ¿qué necesidad hay de un palo de selfie en un museo, por ejemplo? Si realmente te interesa una obra de arte no puede ser tan importante hacerte una foto con ella como contemplarla realmente, con tus propios ojos, disfrutarla en el momento y no luego en una foto. Cuando se vuelve más importante contarle a la gente lo que estás haciendo que hacerlo realmente, ¿en qué se convierte nuestra vida? Cuando te haces selfies con tus amigos, ¿estás viviendo ese momento realmente con ellos, o solamente estás contándole a la gente que estás con ellos y esperando sus likes? Cuando intentas hacerte una foto con mucha gente, ¿te has parado a pensar si realmente sientes que todos ellos son tus amigos, o sólo buscáis una bonita selfie? Cuando estamos más pendientes de las redes sociales que del mundo real, hay una desconexión importante de la realidad, pasamos a vivir en esa sociedad artificial y le damos la espalda a lo que pasa fuera de ello. 

Por otro lado, el problema de nuestras selfies, creo yo, es buscar en los likes un alivio a nuestros problemas, buscar la aprobación de las redes sociales, de esa sociedad artificial, a través de las fotos, dando nuestra mejor imagen, que a su vez esconde nuestro peor yo. El problema es que nos sentimos mejor dentro de ese mundo, que nos atrevemos a ser de otra manera en las redes sociales, pero no en la vida real.
Colaboración de Marisa Alcaraz

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